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Ciudad de México, México.

La valentía de la vida adulta

Cuando tú yo éramos pequeñas y aún más ingenuas. Llegamos a creer que los adultos eran niñotes omniscientes y omnipotentes, porque parecían tener todas las respuestas a nuestras preguntas y hacer todo cuanto les venía en gana. ¡Vaya dulce y peligroso engaño!

Durante años pensé, de manera arrogante, que podría aprender lo suficiente como para tener control sobre mi vida e incluso sobre la de los demás. Ahora, en aras de mi cumpleaños 28, me doy cuenta de dos cosas:

  1. Soy mejor soñando que aprendiendo
  2. No tengo el control de casi nada

Quizá la única parte de verdad en esta mentira infantil sea que, en efecto, me siento como una niñota.

Esta sensación me evoca un poema de José Emilio Pacheco, aunque (a diferencia de él y quizá por error), creo en la valentía de quien soy ahora, de quienes somos aquellas personas que hemos contemplado y experimentado la voracidad del mundo en alguna de sus manifestaciones y, aún así, seguimos maravillándonos con lo bello que hay en él.

El poema va así:

A los diez años creía
que la tierra era de los adultos.
Podían hacer el amor, fumar, beber a su antojo,
ir adonde quisieran.
Sobre todo, aplastarnos con su poder indomable.

Ahora sé por larga experiencia el lugar común:
en realidad no hay adultos,
sólo niños envejecidos.

Quieren lo que no tienen:
el juguete del otro.
Sienten miedo de todo.
Obedecen siempre a alguien.
No disponen de su existencia.
Lloran por cualquier cosa.

Pero no son valientes como lo fueron a los diez años:
lo hacen de noche y en silencio y a solas.

José Emilio Pacheco – «Niños y adultos». La arena errante

Es cierto, quiero lo que no tengo, porque ¿cómo anhelaría lo que ya poseo? y ¡qué desdicha vivir sin sueños! Aunque, eso sí, hace algún tiempo me he propuesto dejar de desear juguetes ajenos. He encontrado en la curiosidad tesoros lúdicos, nuevos objetos de entretenimiento que me satisfacen y se multiplican cuando los comparto.

Sí, tengo miedo. Me aterra el destino incierto y la enormidad del vacío en que me encuentro. Al menos ahora comprendo que es humano experimentar desasosiego de vez en cuando y que no hay más remedio que aceptarlo.

Finalmente, lo admito: también lloro por cualquier cosa. A veces lo hago “de noche, en silencio y a solas”, pero otras tantas lo hago de día, a sollozos y en compañía. En ocasiones, una mezcla de ambas.

Soy afortunada, supongo. Porque me he sabido sola con mi llanto y he estado a punto de quebrantarme, pero no ha sido permanente. No sé si soportaría una vida entera de tal sufrimiento.

A estas alturas, negar todo eso me seguiría costando amistades sinceras y momentos invaluables. No vale la pena. Apuesto por la verdad, aunque de inicio me haga retorcer en mis adentros, porque solo así consigo estar en calma y disfrutar de la belleza que me rodea.

Entonces creo en la valentía de la vida adulta, soy mejor soñando que aprendiendo y no, no tengo el control de casi nada.


Notas al pie:

Las reflexiones que comparto contigo están basadas en mi experiencia e investigación personal. Recuerda consultar con profesionales de la salud para obtener una opinión enfocada en tu situación particular .

Procuro pensar en mis creaciones como ideas en desarrollo y esta no es diferente. Si sientes que he pasado algo sustancial por alto o tienes algo interesante por compartir, déjame saber. Agradeceré la oportunidad de aprender algo nuevo y será bonito conocer tu historia. ❀

Gabo Campos
Gabo Campos

Creo en la curiosidad como un estilo de vida. Me considero una persona creativa y multiapasionada que gusta de aprender de todo un poco; aunque tengo una fijación especial por las flores, el viento y el petricor.

Estudié Comunicación y alguna vez escribí para El Universal y El Contribuyente (aquellos artículos me parecen cada vez más ajenos y sigo en busca de mi propia voz).

Me preparo para estudiar la carrera de Biología; mientras tano me desempeño como asistente virtual freelance en gestión de proyectos.

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