Ubicación:
Ciudad de México, México.
Resulta irónico que mientras la etimología de “perfección” se refiere a dejar algo completamente acabado (per > “hasta el final” / “completo” y fec > de facere > “hacer”), muchas veces alargamos el proceso y lo postergamos ante el sentimiento de frustración que nos produce el error.
En nuestra búsqueda de perfección, volvemos nuestros proyectos imperfectos, inacabados. Les imprimimos nuestra naturaleza de seres incompletos. Nos gustaría llevar las cosas a su estado definitivo, inmejorable, y ese es un ideal inalcanzable.
Como resultado, nuestra productividad se ve afectada. Peor aún: nuestro estado de ánimo se viene abajo, porque nos seguimos equivocando (como cualquier ser humano) y comprobamos que no podemos hacer las cosas lo suficientemente bien. A menudo, ni siquiera somos capaces de terminar lo que empezamos.
Podrán decir que no todas son malas noticias. A final de cuentas el perfeccionismo nos puede llevar a notar detalles que pocos se tomarían el tiempo de considerar, pulir exhaustivamente nuestra técnica y, quizá, hasta crear alguna obra maestra.
Desafortunadamente, nada garantiza que nuestro esfuerzo será reconocido o que estaremos dispuestos a exponernos ante los ojos juiciosos del mundo. Tener una o pocas creaciones “listas” nos vuelve más ansiosos de su aprobación. Nos ponemos a la defensiva y nos tomamos la crítica más a pecho.
Cuando tememos que alguien “descubra nuestra imperfección” no solamente estamos negando las enseñanzas del pasado, también nos negamos la oportunidad de seguir aprendiendo. Dejamos de disfrutar el camino.
No somos nuestros resultados
Al entrar a la escuela, solía estar dispersa. Me costaba mucho trabajo concentrarme y terminar los ejercicios, así que mi mamá pensó que sería buena idea supervisar mis sesiones de estudio y revisar cuidadosamente cada una de mis tareas. De no estar bien hechas, las rompía. —De nuevo —, me decía.
A causa de ello y otras tantas experiencias, me volví muy insegura de mi desempeño. Hasta la fecha, cuando llego a equivocarme mientras hago la planeación mensual de mi Bullet Journal, me suda la frente al decidir si usar un poco de corrector o repetirlo hasta que quede sin un manchón.
Para cada uno de nosotros, el perfeccionismo puede tener un origen diferente. Sin embargo, considero que existe un común denominador: hemos vinculado nuestra identidad con el resultado. Hemos determinado nuestra valía a través de lo que podemos ofrecer.
Si algo sale bien somos increíbles; pero, si acaba mal somos fracasados. El enfoque lingüístico y psicológico que le designamos nos hace sentir a la deriva. En esta situación, necesitamos recuperar perspectiva. Tomar distancia de lo que sentimos para darnos cuenta de que no somos nuestros errores ni nuestros aciertos.
Maestría y ludicidad en lugar de perfección
El problema con el perfeccionismo es que suele ir más allá de la minuciosidad o la cautela. Implica un lazo emocional con la expectativa. Un lazo improductivo, porque inevitablemente tendremos algún desliz debido a nuestra inexperiencia, descuido o desconocimiento. Siempre existirá una “mejor” manera de hacer las cosas.
Si esperamos a tener todo el conocimiento y las herramientas que creemos necesitar para crear, probablemente no hagamos demasiado y progresemos lentamente. Pero existen dos enfoques que pueden sernos de ayuda para lidiar con estos inconvenientes: la búsqueda de maestría y el disfrute lúdico.
Lo bonito de convertirse en maestro es que se comienza siendo aprendiz y se muere aprendiendo. Así, conforme vamos detectando áreas que verdaderamente nos apasionan o representan buenas inversiones de nuestro tiempo, podemos abordarlas como retos de optimización y práctica continua.
Mediante la constancia generamos evidencia de nuestros avances, sin estancarnos o culparnos por no saber lo suficiente. La frustración ante el error no se desvanece, pero podemos convertirla en emoción por el descubrimiento que lo habita.
Desde el punto de vista lúdico, esta emoción se traduce como curiosidad. En ocasiones, sin ponernos un objetivo y por simple gusto de hacerlo, nos entregamos a ella. Jugar es parte esencial del desarrollo de cualquier niño y lo sigue siendo conforme crecemos. Aunque cambie nuestro estilo de juego.
Está bien si nuestros garabatos no se venden en galerías de arte o nuestra noche de karaoke no se convierte en un concierto espectacular. No necesitamos ganar cada partida, sólo disfrutarla lo suficiente como para querer intentar de nuevo, porque lo importante es seguir aprendiendo.
Para llevar:
Impulsar nuestras habilidades por medio del análisis y correcciones puntuales puede ser muy benéfico; sin embargo, es sensato contemplar la gran cantidad de elementos que nos conforman como seres humanos y abrazar la idea del fracaso como parte del proceso.
Esta noción nos permite experimentar y divertirnos sin el concepto de perfección respirándonos en la nuca.
Procuro pensar en mis creaciones como ideas en desarrollo y esta no es diferente. Si sientes que he pasado algo sustancial por alto o tienes algún dato interesante por compartir, déjame saber. Agradeceré la oportunidad de aprender algo nuevo. ❀